Diagnóstico TEA: el antes, el después, y su repercusión en mí.

Cuando obtuve mi primer diagnóstico de TEA (Trastorno del Espectro Autista), tenía 18 años. Tuve que ir a una asociación especializada porque los psicólogos de mi ciudad que encontré en internet dijeron que no estaban especializados en ello y lo mejor era acudir a un sitio que sí lo estuviera.

Antes.

Yo ya estaba prácticamente seguro de que mis sospechas eran reales. Había investigado muchísimo por internet, había hecho test que no eran oficiales pero sí te daban una ligera idea, había hecho un estudio exhaustivo de todas las características del TEA.
Recuerdo que la primera vez que las leí, mi mente se quedó pensando: ¿estas son las características del TEA? Pero... ¡si me están describiendo a mi!.
Era como si alguien que me conociera, hubiera escrito cosas sobre mi personalidad en internet. Es que eso que estaba leyendo, ¡era yo!
Obviamente, estuve muchos años con la sospecha. La primera que vez que me empecé a informar fue con 12 años a raíz de una serie de televisión. Aunque luego, no recuerdo por qué razón, dejé de investigar sobre el tema. La cuestión es que, poco a poco fue pasando el tiempo y me olvidé del tema.
Luego, por cosas de la vida, lo volví a retomar a los 16 años.
Antes de que eso ocurriera, recuerdo estar en clase y que de repente nos interrumpieran para avisarnos de que nos iban a sacar las fotos de la orla. Claro, ahora sabiendo que soy autista y sabiendo sobre el tema, uno piensa "madre mía, ruptura de la rutina repentinamente y sin antelación, ¡qué horrible!". Pero como en aquél entonces yo no tenía diagnóstico y nadie me había "notado" nada, simplemente no se me tuvo en cuenta. Recuerdo tener la cara roja, tener calor, estar muy nervioso y que el corazón me fuera a mil, una profesora notó algo y me preguntó qué me pasaba, a lo que yo respondí sonriendo levemente: "es que no me gusta mucho que me cambien las rutinas y no nos habían dicho que hoy se iban a hacer las fotos...". Ese tema quedó ahí.
Durante toda mi adolescencia, sufrí bullying. Una vez, pregunté directamente a una persona que por qué se metía conmigo, que por qué yo. Su respuesta fue: "porque eres una persona rara".
Yo notaba que no encajaba con los demás y ellos también notaban que yo no encajaba con ellos. Ni ellos ni yo teníamos la respuesta, pero era muy fácil y simple: soy autista.

El diagnóstico.

Por eso mismo, cuando obtuve el diagnóstico, me quedé tranquilo y feliz. Por fin me podía comprender a mí mismo. Por fin la gente me podría comprender. Por fin ya no era raro ni estaba solo. Simplemente era autista, y, además, había mucha más gente como yo. Ya no era un "bicho raro" que estaba "solo en el mundo".

Después.

Durante los 2 años de bachillerato, sufrí bullying por ser autista. Con dos diferencias importantes respecto a los años anteriores: la primera, yo ya tenía diagnóstico; la segunda, mis compañeres ya tenían edad para comprenderlo perfectamente.
Ahí, fue cuando empecé a convivir con el capacitismo. Había compañeres que me decían frases capacitistas y que sé que muchas personas autistas hemos escuchado, como por ejemplo: "No eres autista porque no se te nota" o "eso lo dices porque quieres llamar la atención".
La verdad es que las frases capacitistas que pude escuchar durante esos 2 cursos y, teniendo además 2 diagnósticos (uno privado y otro público) que confirmaban que yo de verdad era autista, eran unas auténticas joyas... (aclaración: no es un elogio)

Sin saber lo que era el capacitismo, sin saber el nivel de la situación tan injusta que estaba viviendo, simplemente sabiendo que estaba sufriendo, terminé con otros dos diagnósticos: depresión y ansiedad.
Y para cuando acabé bachillerato, todas esas frases que había estado escuchando toda mi vida de manera continuada y todas esas frases que escuché en esos 2 años de bachillerato, ya resonaban en mi cabeza constantemente.

¿Centro nuevo y gente nueva? "Voy a intentar no ser raro".
¿Pregunto dudas en clase? "Soy muy pesado".
¿Pido tutorías? "Estoy molestando".
¿Estoy contento en un grupo? "Seguro que en realidad les caigo mal y no me lo dicen".
¿Veo que en una actividad me voy quedando de los últimos? "Soy muy lento"
¿Contesto a algo? "Estoy siendo pedante"
¿No contesto a algo? "Soy maleducado"

Absolutamente todas y cada una de las acciones que hacía, iban seguidas por una frase capacitista que me habían repetido muchas veces. Frases que yo había interiorizado y que, a día de hoy, sigo trabajando para ignorarlas porque ahora sé que no son verdad.

Para mí, ¿cuál fue mi salvación?. La comunidad autista. Gente como yo. Personas que me enseñaron que mis pensamientos eran erróneos. Que no era raro, pesado, molesto, lento, pedante, maleducado, etcétera. Que era autista y que estaba bien serlo. Y que el problema no lo tenía yo por ser autista, sino la sociedad por no adaptarse a las personas como nosotros.

La repercusión en mí.

Por eso decidí exponerme mediáticamente. Ser el blanco de críticas destructivas y sin argumentos coherentes. Sabiendo, además, que el hecho de estar "fuera del armario" como persona autista, me haría más difícil encontrar trabajo porque algunas personas, a la hora de contratar, buscan a la persona en internet y si ven que es autista, normalmente no la contratan.

Decidí exponerme porque para mí tiene mucho más valor lo positivo.

Para mí, son más importantes los mensajes que recibo de personas autistas pidiéndome ayuda, o diciéndome que les he ayudado en algo, los mensajes de padres y madres que me contactan porque lo quieren hacer bien con sus hijes autistas, los periodistas que me contactan porque les gusta lo que hago y cómo lo hago, visibilizar las dificultades con las que nos encontramos las personas autistas en nuestro día a día, hablar en nombre de las personas autistas que ya no pueden hacerlo porque no están...
Para mí, valen mucho más todas esas cosas que un trabajo en el que tenga que fingir "no ser autista" y que nadie se adapte a mí porque, si lo digo, me despiden (situación en la que, por desgracia, viven muchas personas autistas).
Esas cosas, valen mucho más que cualquier insulto o comentario malintencionado de una persona que no conozco.

Decidí exponerme para poder ayudar.
Porque así, hago que las próximas generaciones tengan un referente que yo no tuve.
Porque ayudando, siento que hago lo correcto.
Porque no sé si mi destino es este, pero si no lo es, me ocuparé de que lo sea. Porque me gusta.
Porque no quiero que la gente sufra lo que yo he sufrido.

Por todo eso, seguiré aquí, apoyando a todas las personas que lo necesitan, respondiendo a dudas e inquietudes. Dando voz a quienes no pueden hablar por miedo a que les despidan del trabajo. Seguiré hablando de mí y de mis compañeres.

Porque la experiencia te aporta unos conocimientos que de otra forma no se pueden obtener.
Y si gracias a mi experiencia, puedo ayudar a una persona, yo ya soy feliz.

Comentarios